viernes, septiembre 03, 2010

CENA DE COMPROMISO


La mesa tomaba un protagonismo inquietante. El mantel de raso  bordo llegaba hasta el piso con una caída pesada. Todo estaba ahí, la vajilla de plata, los candelabros y los huesos del pavo con un color de nácar, de haber sido rumiados con placer. Pero al recorrer la habitación con la mirada no encontré  ni un rastro de Mario y por lo visto ceno con alguien más porque estaban la mesa servida para dos. Yo permanecía ahí parada inmóvil mirando la escena, intentando comprender como todo había pasado en solo mis cinco minutos de retraso. Pensé: esta cena era importante para nosotros, íbamos a comprometernos. Había una atmósfera de humedad que se estaba haciendo difícil respirar. Que raro, esta mesa parecía que quedo así durante muchos meses, años. Era como una mesa de museo. De repente empieza a correr una brisa por mis pies  era como un aire gélido que se hacia un chiflido suave y al mirar me di cuenta que el aire venia de abajo de la mesa y al soplar se entrevía una luz brillante que salía del otro lado. Me acerco con miedo pero con la curiosidad de una virgen y al tocar el mantel pesado me doy cuenta que esta tan espeso porque esta embebido en sangre. Pensé en Mario, empecé a sentí r un olor a calas y corro el mantel como si fuera una gran cortina de añares y me encuentro con una pequeña puerta entreabierta, roja, encendida como una braza, brillante. La empujo con el pie y me encuentro con miles de conejos blancos mirándome fijos, inmóviles. Me percate al mirarlos que todos  tenían la misma mirada de Mario después de un orgasmo. Una mirada cansada y triste. Al parecer estaban esperando que dijera algo.  Mis labios se hicieron finos como dos antenas de mariposas, no podía emitir ningún sonido. El bisnido de los conejos empezó a ensordecerme. Hasta que de adentro de mi estomago en el centro mismo del útero se armo una frese espesa y negra que salió  en forma de sangre coagulada. Los conejos entendieron mi dolor, se callaron  y se volvieron grises, las orejas cayeron al suelo como un diario mojado y me dijeron a coro. “Esto no es un Sueño” me resbale en el espeso liquido que había salido de mi boca, caí para atrás y de mis ojos empezaron a caer perlas de color amarillas que se empezaban a desparramar por el piso y haciendo un sonido al caer como una música de xilofón esa misma que me tocaba Mario en nuestro aniversario. El techo era un espejo y recién ahí puede encontrar  a Mario esperándome en la Mesa.

ARIEL GIGENA